En este mes (largo) de vacaciones, me ha dado por hacer muchas cosas. Algunas más normales que otras, seamos sinceros.
Me ha dado por escribir. Mi corazón ha descubierto una nueva vía de escape en la que poder centrarme. He descubierto que, escribiendo, puedo llegar a la otra persona, aunque nunca lo vaya a leer.
Lo he hecho, tanto y tan rápido como para que fuera lógico mi dolor de dedos. Así, el dolor que atenazaba con sacarme una lágrima, se traspasaba a mis dedos, y ya tenía un motivo mucho más aparente.
Lo he hecho, despacio y con tranquilidad, queriendo poner lo que quería poner. Haciendo que rimase, que sonara bonito, que no fueran cuatro palabras unas detrás de otras.
Escribí sobre ti, y lo que significas para mí, para que mi cuaderno pueda entender lo que, a ti, no soy capaz de explicarte.
Mi cuaderno... ese gran lugar reducido a unas cuantas hojas de papel. Realmente es uno de esos cuadernos que "nos obligaron" a encontrar para la asignatura de interpretación. Tal vez por eso sabe interpretar lo que quiero decir. Tal vez por eso, entre las últimas hojas de ese cuaderno, empezando por donde se acaba, para que ese cuaderno nunca tenga un final, encuentres mi corazón abierto, de par en par.
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Y ahora, un pensamiento reciente:
Hoy he andado por la calle, y he descubierto que las cosas no son lo que eran. ¡Qué tristeza!
Ese perro ya no sale, le han puesto un tablón.
Ni los mismos juegan en el parque, ¡qué sofocón!
Dentro de poco seré yo la que no salga a verte, maldito perro.
Ni será este parque en el que vea jugar a los mismos.
Espero que otras calles decoren mis paseos,
y que otros labios reciban mis besos.
Hoy, después de tanto leerte,
adapto tus frases más conocidas, mi querido Becquer:
¡Hoy creo en el amor!
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