Realidades ficticias en las que una amistad destrozada
vuelve a funcionar.
Esperanza nacida de tus palabras, de tus comportamientos,
que dejan ver que la vida vuelve a ser bonita.
No es verdad.
Puñaladas traperas, salidas a escondidas, viajes sin avisar,
sin pensarlo dos veces. Sin remordimientos.
Y todo por una distancia. Esa que se ha creado.
En la amistad existen unas reglas. O al menos eso entendí
yo. Ayudar a una amiga cuando se encuentra mal, decir las cosas que no te gusta
que te hagan. Y no sé cuántas más.
No se hacen esas reglas para molestar a los demás, o para
decirles lo que tienen que hacer. Se crearon para determinar qué es ser amigo
de alguien.
Hay distintas formas de hacerlo, eso sí. Y si una forma no
es la nuestra, no es menos válida.
Ayudar a un amigo. Se puede hacer de muchas formas.
Llevándole un regalo cuando se encuentra mal. Dándole una sorpresa en un
momento de bajón, o por un cumpleaños. O simplemente no ahondando en una
herida. Pero da igual el propio punto de vista. Hay gente que prefiere ahogarse
en un vaso de agua.
Decir las cosas que no te gusta que te hagan. No porque la
otra persona sea infantil o absurda. No porque haga las cosas mal queriendo.
No. Se dicen las cosas que no te gusta que te hagan porque la otra persona, tu
amiga, puede no estarse dando cuenta de que eso molesta. Y en ocasiones es así.
Decir esas cosas no implica que se vayan a cambiar de un
momento a otro. Porque los cambios requieren su tiempo. Y sin embargo, ese
tiempo a veces no se concede. No. Es mucho más fácil hacer leña del árbol
caído. Y a veces hasta sin remordimientos.
Las puñaladas traperas duelen. No a mí, no, a todo el mundo.
Y se sabe cuándo son traperas, cuando se publica a voz en grito que no hay
remordimientos. Porque debería haberlos. Y no los hay porque esa amistad,
herida por la distancia, se ha convertido en destrozada, por no decir lo que
molesta. Mejor dicho, por no decírselo a esa persona. Porque decírselo al de al
lado puede servir para desahogarte, pero no soluciona el problema.
Hay muchos más dolores que pueden afectar en una relación de
amistad. Entre ellos la cobardía. Ese no decir las cosas. Ese volver a hablar a
una supuesta amiga como si lo fuera realmente, después de puñaladas traperas
innombrables.
Ahora dime tú, amiga del alma. Mejor amiga. Tú que me has
apoyado en mis sufrimientos, que me has ayudado cuando sentía que me quedaba
sola, aunque luego los fines de semana realmente me quedara sola cuando llegó
el otoño. Dime tú, amiga, a la que he intentado apoyar, sin recordarle una y
otra vez que esa relación no funcionó, sin intentar hacer leña de ese árbol que
eras tú, caído. Dime tú, si realmente he hecho tanto mal, para recibir tantas
heridas, si realmente opinas que debería arrepentirme yo, y tu no, o al menos
nosotras dos. Si realmente al darme cuenta de mi error, y tratar de enmendarlo,
he hecho solo lo que tu decías que debía hacer. Y realmente si crees que esto
es así, de qué sirve que trate de enmendarlo, porque al fin y al cabo, siempre
haré lo que me dijiste que no hacía, siempre será por algo que tu viste que
fallaba en mí.
He pedido perdón, me he arrepentido de haberte faltado, o de
que sintieras que te faltaba, porque realmente mi hombro siempre estuvo
dispuesto a acoger tus lágrimas. He pedido otra oportunidad, y he recibido una
bofetada tras otra; un “sigues haciéndolo mal”, “lo hacer por cumplir”. Y se me
recrimina que haga lo que reconocí que antes no hacía; al igual que ahora se os
recrimina que no hacéis. Cuesta mucho preguntar “¿y tú?, cuesta mucho decir “¿te
vienes?”. Sin embargo, creo que es mucho más costoso contar una versión algo
acortada de la realidad, en la que se elimina esa parte que puede hacerte daño.
Y eso es la cobardía. No dar la cara y decir “te he dado una puñalada trapera”.
Eso falta en esta amistad. O más bien faltaba. Un poco de
sinceridad.
Y dicen que las nuevas tecnologías ayudan al mundo. Es
verdad. Tienen razón. Ayudan a darse cuenta de hasta qué punto te puedes estar
equivocando con una persona, cuando crees que trata de ser tu amiga de nuevo,
porque ve que tu arrepentimiento es sincero.
Me comunico contigo de la única forma en que creo que
realmente mis palabras pueden llegar a alguna parte. Puedes releerlas, y tratar
de entender que estas no son las palabras de una persona enfadada. Son las
palabras de una persona que, una vez más, arrepentida, ha tratado un día más de
ser una buena persona, de levantarse por la mañana y ganarse una amistad. Y que
durante unas horas ha creído lograrlo. Pero ha tardado en llegar a esa
tecnología de antes, y poder comprobar con sus propios ojos una burla del
destino, un guiño irónico muy bien dirigido entre dos comillas inglesas. Un
simple “sin remordimientos” a veces es suficiente para darte cuenta de que no
estás consiguiendo nada. Porque ya has cerrado la puerta.