martes, 10 de abril de 2012

Realidad ficticia


Realidades ficticias en las que una amistad destrozada vuelve a funcionar.

Esperanza nacida de tus palabras, de tus comportamientos, que dejan ver que la vida vuelve a ser bonita.

No es verdad.

Puñaladas traperas, salidas a escondidas, viajes sin avisar, sin pensarlo dos veces. Sin remordimientos.

Y todo por una distancia. Esa que se ha creado.

En la amistad existen unas reglas. O al menos eso entendí yo. Ayudar a una amiga cuando se encuentra mal, decir las cosas que no te gusta que te hagan. Y no sé cuántas más.

No se hacen esas reglas para molestar a los demás, o para decirles lo que tienen que hacer. Se crearon para determinar qué es ser amigo de alguien.

Hay distintas formas de hacerlo, eso sí. Y si una forma no es la nuestra, no es menos válida.

Ayudar a un amigo. Se puede hacer de muchas formas. Llevándole un regalo cuando se encuentra mal. Dándole una sorpresa en un momento de bajón, o por un cumpleaños. O simplemente no ahondando en una herida. Pero da igual el propio punto de vista. Hay gente que prefiere ahogarse en un vaso de agua.

Decir las cosas que no te gusta que te hagan. No porque la otra persona sea infantil o absurda. No porque haga las cosas mal queriendo. No. Se dicen las cosas que no te gusta que te hagan porque la otra persona, tu amiga, puede no estarse dando cuenta de que eso molesta. Y en ocasiones es así.

Decir esas cosas no implica que se vayan a cambiar de un momento a otro. Porque los cambios requieren su tiempo. Y sin embargo, ese tiempo a veces no se concede. No. Es mucho más fácil hacer leña del árbol caído. Y a veces hasta sin remordimientos.

Las puñaladas traperas duelen. No a mí, no, a todo el mundo. Y se sabe cuándo son traperas, cuando se publica a voz en grito que no hay remordimientos. Porque debería haberlos. Y no los hay porque esa amistad, herida por la distancia, se ha convertido en destrozada, por no decir lo que molesta. Mejor dicho, por no decírselo a esa persona. Porque decírselo al de al lado puede servir para desahogarte, pero no soluciona el problema.

Hay muchos más dolores que pueden afectar en una relación de amistad. Entre ellos la cobardía. Ese no decir las cosas. Ese volver a hablar a una supuesta amiga como si lo fuera realmente, después de puñaladas traperas innombrables.



Ahora dime tú, amiga del alma. Mejor amiga. Tú que me has apoyado en mis sufrimientos, que me has ayudado cuando sentía que me quedaba sola, aunque luego los fines de semana realmente me quedara sola cuando llegó el otoño. Dime tú, amiga, a la que he intentado apoyar, sin recordarle una y otra vez que esa relación no funcionó, sin intentar hacer leña de ese árbol que eras tú, caído. Dime tú, si realmente he hecho tanto mal, para recibir tantas heridas, si realmente opinas que debería arrepentirme yo, y tu no, o al menos nosotras dos. Si realmente al darme cuenta de mi error, y tratar de enmendarlo, he hecho solo lo que tu decías que debía hacer. Y realmente si crees que esto es así, de qué sirve que trate de enmendarlo, porque al fin y al cabo, siempre haré lo que me dijiste que no hacía, siempre será por algo que tu viste que fallaba en mí.

He pedido perdón, me he arrepentido de haberte faltado, o de que sintieras que te faltaba, porque realmente mi hombro siempre estuvo dispuesto a acoger tus lágrimas. He pedido otra oportunidad, y he recibido una bofetada tras otra; un “sigues haciéndolo mal”, “lo hacer por cumplir”. Y se me recrimina que haga lo que reconocí que antes no hacía; al igual que ahora se os recrimina que no hacéis. Cuesta mucho preguntar “¿y tú?, cuesta mucho decir “¿te vienes?”. Sin embargo, creo que es mucho más costoso contar una versión algo acortada de la realidad, en la que se elimina esa parte que puede hacerte daño. Y eso es la cobardía. No dar la cara y decir “te he dado una puñalada trapera”.

Eso falta en esta amistad. O más bien faltaba. Un poco de sinceridad.



Y dicen que las nuevas tecnologías ayudan al mundo. Es verdad. Tienen razón. Ayudan a darse cuenta de hasta qué punto te puedes estar equivocando con una persona, cuando crees que trata de ser tu amiga de nuevo, porque ve que tu arrepentimiento es sincero.



Me comunico contigo de la única forma en que creo que realmente mis palabras pueden llegar a alguna parte. Puedes releerlas, y tratar de entender que estas no son las palabras de una persona enfadada. Son las palabras de una persona que, una vez más, arrepentida, ha tratado un día más de ser una buena persona, de levantarse por la mañana y ganarse una amistad. Y que durante unas horas ha creído lograrlo. Pero ha tardado en llegar a esa tecnología de antes, y poder comprobar con sus propios ojos una burla del destino, un guiño irónico muy bien dirigido entre dos comillas inglesas. Un simple “sin remordimientos” a veces es suficiente para darte cuenta de que no estás consiguiendo nada. Porque ya has cerrado la puerta.